Creo en la poesía como alumbramiento de lo que no se ve, como hueco o revés del mundo. En la palabra precisa que aletea y vuela desde la oscuridad. En la palabra cometa, en la relámpago como prima hermana del balbuceo; ese que es principio y fin de la memoria, el que nos permite acceder al mundo a través de las palabras en la infancia y recuperarlo, gracias a ellas, en la vejez.
Creo en la ausencia, en la pérdida, como condición ineludible de la escritura. En la visión de quien habita la orilla, el límite, y siente el viaje como seña de identidad, como estado de conciencia.
Busco otra medida de las cosas. Sugerir. Emocionar. Un poema que transcienda el horizonte de lo verbal; ese que se recrea, después de que la lectura haya finalizado, en la imaginación o la memoria de un lector cómplice.